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Carrito

Si hace dos años presenciamos uno de los mayores espectáculos astronómicos del mundo: un eclipse total de Sol (y encima desde la mágica Isla de Pascua); este año teníamos que tachar de la lista otra de esas cosas que todo el mundo debería observar alguna vez en la vida: la aurora boreal. Y para ello viajamos 6 días a Finlandia, 3 de los cuales los pasamos en la Laponia, desde donde podríamos observar las maravillosas luces del norte.

El primer día viajamos de Madrid a Rovaniemi, una pequeña ciudad en plena linea del Círculo Polar. Rovaniemi es famosa por ser el lugar de residencia de Papá Noel, a quien visitaríamos al día siguiente. Pero yo andaba pendiente de otros temas más que del simpático gordito de rojo, así que vamos a lo que nos interesa. Dos días antes, aún estando en Madrid, se produjo una potente CME geoefectiva (una Eyección de Masa Coronal, es decir, una fuerte racha de partículas cargadas procedentes del Sol se dirigían hacia la Tierra y se esperaba que llegaran justo en nuestro primer día de viaje, que con casi total seguridad produciría auroras boreales en latitudes elevadas. Estas previsiones son bastante fiables pero es algo más difícil prever su intensidad. Así pues, la primera noche oteamos el cielo en busca de las primeras luces del norte. Pero estábamos en la ciudad -una no muy grande, pero ciudad a fin de cuentas- por lo que las luces nos impedían ver poco más que unas docenas de estrellas. Cansados por el viaje y con las expectativas puestas en los próximos días, donde estaríamos más al norte, nos fuimos a dormir. Fue una lástima no haber salido en su busca porque al día siguiente pudimos comprobar en internet que hubo fuertes auroras boreales esa noche y no sólo eso, sino que además se hablaba de la que podía haber sido la aurora más intensa de todo el año. Bueno, no desanimarse. Si anoche hubo auroras, seguro que las próximas noches también.

Después de un día de turismo llegamos al que sería nuestro alojamiento durante las próximas tres noches, el hotel kakslauttanen. Las primeras dos noches las pasaríamos en una cabaña de madera (la de la foto) y la última noche en un iglú de cristal, preparado específicamente para ver las auroras desde la comodidad de la cama. Todo esto sería ideal si no hubiera estado nublado durante toooodo el día. Así que ya de noche y al calorcito de la chimenea no hacíamos más que mirar por la ventana buscando cualquier claro. Sabíamos que las auroras estaban ahí, tenían que estar, pero las nubes cubrían todo por completo. Algo frustrados nos fuimos a la cama, no sin levantarnos repetidas veces durante la noche para echar un ojo por la ventana. Pero nada, no hubo suerte y no vimos ni una estrellita.

A la mañana siguiente disfrutamos de un curioso día de turismo por la Laponia con un paseo en trineo de renos y visitamos el pueblo más cercano con las nubes que nos acompañaron durante todo el día. Sin embargo, las previsiones para la noche era de nubes y claros y era nuestra mejor oportunidad porque las previsiones del día siguiente eran horrorosas. Ya por la noche (digo noche pero serían las 6 de la tarde) salí, cámara en mano, en busca de alguna tenue luz entre las abundantes nubes que cruzaban rápidamente el cielo. Mis ojos no alcanzaban a ver más que nubes y tiraba fotos a cada claro que aparecía por si se intuyera alguna luz verdosa entre las nubes. En esa primera incursión no hubo suerte y todo cuanto vi fueron nubes, más nubes y alguna estrella. Pero se volvió a cubrir por completo así que, nervioso y frustrado, regresé a la cabaña para entrar en calor gracias a la sauna. ¡Qué gustazo!

las nubes parecían verdosas

Ya en pijama, salíamos a mirar por si despejara pero no tenía buena pinta. De vez en cuando cogía la cámara y tomaba alguna foto de pocos segundos a escasos metros de la cabaña. Foto por aquí, foto para allá… “corre, corre, termina ya esa toma y vuelve dentro que estás en pijama a -6º” -me decía mi cuerpo mientras mi cabeza pensaba “espero que esos aullidos sean de huskys y no de lobos“. Y volvía dentro a revisar las fotos. “¡Coño, si parece que las nubes se ven algo verdosas!” Se las enseñaba a los demás pero no estaba nada claro, ¿ese verdor era causado por las auroras o era el reflejo de los farolillos? ¿Sería así de verdad o nos estábamos sugestionando a nosotros mismos? uufff… ¡qué nervios!

Con la duda en la cabeza, me vestí algo más y salí a dar una vuelta con la cámara a ver si averiguaba qué eran esos tonos verdosos de las fotos. Me aleje unos metros y pasé un rato disparando hacia distintas zonas del cielo. Nada. Se estaba despejando pero sólo se veían estrellas, muchas estrellas. Mis ojos no veían nada más pero la cámara, que estaba trabajando sin problema a iso’s forzados y temperaturas bajo cero, llegando a capturar detalles que mis ojos no percibían, tampoco conseguía captar las ansiadas luces del norte. Tras unos minutos se volvió a cubrir casi por completo y regresé dentro. Revisé las fotos detenidamente pero no había rastro de nada verdoso por ninguna parte. No hubo suerte en esta segunda incursión. ¿Dónde estaban las auroras que días atrás habían lucido intensamente en el cielo?

Júpiter y las Pléyades, pero sin rastro de auroras

Cada vez más nervioso y más frustrado pero sin perder la esperanza, continuaba mirando a ratos por la ventana. Ya era algo tarde y los demás comenzaban a recoger para irse a acostar. No. Todavía no. Miré por la ventana y volvía a estar despejado. Me puse los pantalones, el polar y el abrigo encima del pijama, los calcetines, las botas y salí una tercera y última vez. Me alejé unos metros, esperé a que mis ojos se aclimataran a la oscuridad y miré hacia todas partes en busca de la aurora. Comencé a tomar fotos de distintas zonas del cielo pero no se intuía nada. “Si esta noche son más débiles, lo más probable es que estén hacia el norte” -pensé. Y disparé lo que sería la última foto hacia el horizonte norte. Treinta segundos de espera y la pantalla de la cámara mostró el resultado. “Ahí sí, ¡ahí sí hay algo verde!” Busqué un horizonte más despejado de árboles y… sí, se veía una tenue nube verdosa sobre los árboles. Volví a disparar la cámara y…

Primera aurora en el horizonte

Sí, eso sí. ¡AURORAAAS! Los nervios se me dispararon y subí corriendo la cuesta que me separaba de la carretera. Desde ahí sí había una vista espectacular. Una luz verdosa asomaba entre la hilera de árboles. Estaban muy al norte pero se veían, estaban ahí. Parecían surgir pequeñas nubes de entre los árboles, expandiéndose tímidamente en el cielo, algunas hacia el este y otras hacia el oeste. Poco a poco fueron creciendo en intensidad y de pronto apareció una nubecilla más intensa, pequeña, circular y de un tono claramente verdoso que comenzó a moverse como si de un baile celestial se tratara. Avanzaba sinuosamente hacia el oeste, danzando y dejando retratado en el sensor de la cámara su caprichoso movimiento en forma de “s”. ¡Qué espectáculo! Comencé a saltar, a gritar de emoción. ¡Estaba viendo auroras boreales! Con los nervios se nos había olvidado hasta el frío, que ya debía rondar los 10º bajo cero. Traté de llamar a los demás que justo en ese momento estaban saliendo de la cabaña. Subieron y nos acompañaron a mi padre y a mi, que ya llevábamos unos minutos disfrutando del espectáculo. Cada vez eran más intensas y cubrían mayor parte del cielo, ocultando a su paso las estrellas y la vía láctea. “Clac, clac” – la cámara no paraba de tomar fotografías. Durante cerca de una hora estuvieron deleitándonos con sus formas y sus baile. Algunas parecían tener cierto color rojizo casi imperceptible para nuestros ojos pero que a la cámara no se le escapaba ningún detalle.

La tan ansiada aurora boreal

Aurora boreal

Ya eran más de las 12 de la noche y la aurora casi había desaparecido por completo. Con el frío ya en los huesos y con la tarjeta de memoria llena de fotos, regresamos a la cabaña. Me acosté con una sensación indescriptible, mezcla de nervios y tranquilidad, de emoción y serenidad. Tan a gusto estaba que no me desperté hasta bien entrada la noche para comprobar una última vez si “borealis” había vuelto; pero el cielo se había vuelto a cubrir por completo.

Al día siguiente nos trasladamos a los iglús de cristal, desde donde sería mucho más fácil ver las auroras sin tener que salir en pijama a echar un vistazo. No parecía mejorar, las nubes cubrían todo el cielo. Pero, aunque seguía nublado, la frustración había desaparecido casi por completo. Lo habíamos conseguido, habíamos contemplado la aurora boreal. Esa noche dormimos con un ojo puesto en el cielo, despertándonos alternativamente cada pocas horas para ver si despejaba pero no hubo más suerte. A la mañana siguiente, recogimos, dimos un último paseo por la zona y comenzamos el camino de vuelta, con una breve parada en Helsinki para conocer la capital.

Desde el iglú de cristal

Es muy difícil relatar con palabras las sensaciones y las imágenes. Fue un momento único que he querido compartir con vosotros, sabiendo que, al igual que me pasó con el eclipse, que tengo grabado a fuego en la retina, estoy seguro de que siempre recordaré mi primera aurora boreal.

Roberto Bravo

Roberto Bravo

Astrónomo de afición y emprendedor de profesión. Paciencia, ganas y un puntito de locura han sido necesarias para desarrollar este proyecto desde sus inicios en 2009. Más de diez años después, continúo con aún más fuerza esta preciosa andadura.

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